lunes, 14 de enero de 2013

Capítulo 12: Asiento de Arcén


Estaba algo perdida, el paisaje no se parecía en nada al de mi época. Aunque, el edificio del que había salido lo era. Se caía a pedazos. Tendría que elegir una dirección y aventurarme y dejarme en manos de la diosa Fortuna. ¿Derecha o izquierda? Aquel era el dilema. El lado izquierdo era el del diablo. El derecho siempre el de los ángeles. Desde el día de mi transformación dejé de buscar el perdón de Dios. La suerte estaba echada. Izquierda.

Comencé a andar, siguiendo unas intermitentes líneas blancas que estaban marcadas en el suelo. Saltaba de una a otra como si fueran las únicas plataformas que existiesen y lo demás fuera el vacío. Unos sonidos increíblemente familiares hicieron su aparición. Miré al cielo, como si me estuviera hablando y yo quisiese no faltarle al respeto. Las nubes se multiplicaban y cada vez eran más oscuras y espesas. Pequeños focos de luz temblorosa asaltaron el gris seguidos por gotas de agua. La lluvia, tan fina y débil como la recordaba, pasó a ser un diluvio, espeso y fuerte. Apenas sentía el frío de las torpes gotas que invadían la carretera y empapaban el arcén. Añoraba ese frío. Ese escalofrío que recorría todo mi cuerpo cuando un pedacito de esa precipitación se colaba debajo del vestido y recorría zigzagueando mi espalda o mi pecho. Esas cosquillas no las había vuelto a sentir. Pero era el precio por la eterna juventud. Aunque ahora me parecía un precio demasiado alto. Me senté en medio del camino, añorando mi vida humana y al hombre que había en ella. Clyde. Tan solo pensar su nombre hacía que parte de mí deseara meterse en la espesura del bosque para volver a su lado. Pero mi orgullo y mi honra, muy presentes a lo largo de mi educación, rechazaban ese pensamiento casi al instante. Teniendo así un debate interno que tan sólo mi boca podría resolver. Una simple frase podía acabar con cualquier pensamiento, por fuerte que fuera. Metí la cabeza entre las piernas dobladas y me convencí con unas simple palabras en voz alta: “No le necesitas”. Las repetía una y otra vez.

Escuché dos pasos. Dos únicos pasos. Sentí una presencia cautivadora, seductora, como hacía tiempo que no sentía. Levanté levemente la cabeza y, en efecto, había alguien. Tan sólo vi dos piernas y unos zapatos relucientes negros. Una mano se postró delante de mis narices, era una ayuda para levantarme. Vacilé, tardé unos segundos en decidirme y al final la tomé. A la altura de mis ojos tan sólo había una camisa blanca y una chaqueta cuyo escote era en forma de uve. Fui subiendo lentamente la mirada, como con miedo. Aprecié cada detalle de pecho para arriba. Los botones relucientes, color perla. El cuello desabrochado, dejando al aire esa apetitosa garganta. Una lisa y perfectamente afeitada barbilla con un hoyuelo en ella. Labios finos torcidos en una pícara sonrisa. Mejillas chupadas y tensas. Pómulos altos y marcados. Nariz perfilada y perfecta. Ojos negros como un cuervo y algo grandes. Pestañas espesas pero no largas. Cejas espesas y definidas. Frente pálida con algunas arrugas de expresión. Cabello corto, despuntado y alborotado de color rubio. Un conjunto atractivo y sensual. Como percibí.

No soltaba mi mano. Aprovechó para informarme de su nombre:

-Samuel, soltó. Agitó la mano.

Terminé por decirle el mío y respondiendo con una sonrisa.

lunes, 7 de enero de 2013

Capítlo 11: Sabor Desorientador


Me puse de cuclillas para tener un mejor impulso y le ataqué directamente en la cara. Le tiraba del pelo, le arañaba el rostro, le mordía la oreja, la nariz… pero fue inútil, me lanzó como si fuera un montón de paja. Mi cuerpo rebotó en el suelo, emitiendo un ruido sordo y un gemido desde mi boca. Tuve una rápida reacción y me volví a lanzar a por él. Volvió a tirarme y volví a gemir. Cuando se acercó hacia mí con el grito de: “Vas a morir pequeña perra” me metí entre sus piernas, le di una patada entre ellas y me subí a su espalda. Cayó de rodillas y yo me sujeté a su cuello. Con una mano cogí su barbilla e intentaba separarla de su cogote. Mis dedos se hundieron, sin que yo lo planeara, en ésta y le arañé un enorme y largo tubo hasta que lo corté. La sangre salía disparada hacia todos lados, inundando la celda. Pero esta sangre no era como la humana, era negra como la tinta. Unas gotas se metieron en mi boca abierta por el esfuerzo y sin poder evitarlo, las saboreé. Su gusto no era diferente que el de la ceniza con un ligero toque de veneno de víbora. En resumen, asquerosa.

Me dirigí por aquel estrecho y eterno pasillo con el fin de hallar una salida. Unas enormes jaquecas me invadieron, seguido de un mareo insoportable. Se me nublaba la vista, me era imposible continuar, en mi estado parecía un ebrio recién salido del bar. Mis pasos tan sólo eran un simple eco que rebotaba en las paredes que de pronto parecían estar juntándose, y mientras yo, encerrada quedaba de nuevo. La oscuridad me invadía como si del techo lloviera. Pero no podía rendirme, tenía que continuar. No quería llegar hasta aquel punto y luego dejarme vencer por la nada. No a estas alturas del libro. Logré levantarme a duras penas, con la ayuda de la pared, que tenía tubos con una fuerte concentración de óxido. Fui tambaleándome hasta llegar a unas escaleras, cuales fueron las más largas y costosas con las que me había topado. Cuando llegué a la cima de los peldaños imposibles de escalar, miré a mi alrededor y lo único que veía eran imágenes borrosas, difuminadas, imposibles de distinguir. La luz era ahora más intensa, se filtraba por entre las tablas que tapaban las ventanas. Busqué, balanceándome de un lado para otro, una salida a aquel funesto y claustrofóbico lugar. Era incapaz de concentrarme pues se me nublaba la vista. De repente, mi desarrollado olfato captó un olor apetitoso que me tentaba. Mi mente al fin pudo distinguir de qué se trataba: era sangre humana. Cerré los ojos y me dejé llevar por mi nariz y pronto topé con una caja de madera. La abrí y, en efecto, encontré el líquido escarlata en una especie de recipiente transparente y suave. Me apoderé de uno y lo comencé a palpar. Era blando, moldeable y de textura peculiar. Mis pensamientos se centraron en cómo liberar el tentador manjar de aquella prisión tan bizarra. Me percaté de que poseía una especie de boquilla, en la cual posé mis labios y comencé a absorber. Como no daba resultado, la quité y conseguí que la sangre brotara del desgarro. Pronto acerqué de nuevo la boca y me alimenté, aunque no me hiciera especialmente falta. Vacié el contenedor y lo arrojé con furia. La cabeza no me daba vueltas, el suelo volvió a estar en su sitio y las paredes quedaron de nuevo inmóviles. La sangre humana ejercía mucho más poder en mí del que me imaginaba. No sabía si era una desventaja o más bien un punto a mi favor. Aunque, no era hora de pensar en ello, debía salir de allí antes de que el, famoso Adam apareciera. Atravesé la puerta principal, un poco antigua y frágil y por fin llegué a una calle desierta donde el sol se asomaba tímidamente entre las nubes.

sábado, 5 de enero de 2013

Capítulo 10: Poder de la Sangre


Aunque podía verle e incluso sentirle, sabía que no era real. Por un instante deseé que lo fuera, para volver a nuestra asquerosa casa, esa a la que llamábamos hogar. Pero la luz se fue, algo, una montaña debía de ocultarlo ya. Me atrevía a admirar aquel paisaje. Me encontré, que dicha montaña no era más que una figura, una enorme figura que aunque grácil y atrayente, infundía respeto y cierta clase de terror. La luz que relucía tras su espalda, parpadeaba y emitía ciertos ruidos aleatorios como si fuera su cómplice y le diera órdenes. No conseguía verle la cara que, no sabía si era por intuición, no parecía tener trazos de felicidad. Soltó una especie de rugido que sonaba como una efímera carcajada.
-Mantenla aquí, dijo serenamente.
Contó con la afirmación del corpulento. ¿Tendría que estar más tiempo allí encerrada? No podía concebirlo. Se me pasó por la cabeza que, quizás era la última vez que iba a catar la sangre. Miré el cadáver que ya se había desangrado por completo. ¿Tendría que guardar este manjar, ya sucio por el suelo, para no morir disecada? Era repulsiva. El suelo de mi celda estaba hecho una auténtica porquería: arena, barro, polvo, pelusas… Nada que tocara eso podría entrar en mi boca. Ni aunque me estuviera muriendo de hambre y estuviera repleto de sangre. Pero un momento… ¿Pretendían encerrarme aquí hasta que les placiera, y encima lo estaba asumiendo? ¿Se podía saber que estaba haciendo la sangre humana conmigo? Ni siquiera me reconocía. Nunca he sido de las que reciben órdenes, sino consejos, y encima aquellos que me interesaban. Ya había estado suficientemente encerrada durante mi vida humana como para que lo esté también ahora. Cuando me decidí por plantarle cara al desconocido, me percaté de que se había ido en el más absoluto sigilo. ¿Sería él también un vampiro? Apostaría lo que fuera a que sí. ¿Es que en aquel lugar todos poseían ese don? Es más, ¿En aquella época todos sabían de su existencia, y teniéndola por la fuente de la mismísima juventud, todos habían hecho el pacto con el diablo? Las respuestas de aquellas preguntas se escapaban a mi comprensión.  En todo caso, mi objetivo era salir de ahí, como fuera.
Estaba alimentaba, motivada y por lo tanto fuerte; en cambio, el hombre que custodiaba mi jaula era muy fuerte, estaba desorientada y completamente perdida. Esa era mi lucha interna, sólo necesitaba una cualidad más para lanzarme a su cabeza como un puma hambriento. Él era bastante grueso, lo que no le permitía gran movilidad pero yo era ágil. Ése era el desempate que necesitaba. 

domingo, 30 de diciembre de 2012

Capítulo 9: Revuelta Sangrienta


Ante mis últimos pensamientos decidí guardar silencio, ajena a lo que me hicieran. O eso decía ahora. Al ver que no contestaba, me sacudió como si fuera una muñeca de trapo y a continuación  me arrojó contra la pared, provocando un ruido sordo y un punzante dolor en mi torso. Un grito ahogado salió de mi garganta al no estar familiarizada con el dolor ni la agonía.

-¿Es que no piensas hablar?, me gritó.

El corpulento sacó algo luminoso de su bolsillo y tras toquetearlo se lo puso en la oreja.

-¿A quién llamas?, preguntó cautamente Simon, algo tembloroso.

-A Adam, él sabrá manejarla.

-¡Pero me matará!

-Debiste haberlo pensado antes de traerla.

-¡Pero he encontrado el collar! ¿No es eso lo que quería Adam?

-Él quería ambos… Hola Adam, el inútil que contrataste ha traído a la Bárbara equivocada, aunque ha encontrado el collar. Hizo una pausa en su monólogo. No lo sabemos, no quiere hablar… esperaba que lo hicieras tú… De acuerdo, hasta ahora. Hizo otra pausa mientras guardaba el curioso objeto. Viene de camino.

Aún estaba en el suelo mientras todo esto ocurría, no había ni levantado la cabeza por falta de fuerzas. El corpulento desapareció durante unos instantes y a su vuelta trajo con él un asiento que dispuso enfrente de mi celda. Simon se quedó en la puerta, hablando entre dientes. Levantó la mirada hacia mí y empezó a gritar:

-¡Me has condenado, vieja loca!, a continuación corrió hacia mí y comenzó a pegarme, a darme patadas, a tirarme del pelo mientras me maldecía como lo había hecho Clyde.
El más corpulento no se movió del sitio, observando la escena como un espectador aburrido. La ira corría por mis venas y cuando fue a darme otra patada, le agarré del pie y provoqué que se cayera. Era la hora de atacar. Por mucha práctica que me faltara sabía que podía acabar con él en un santiamén. Me abalancé sobre él y busqué su cuello. Su suave cuello humano, bombeando sangre cada segundo, tan frágil, tan apetecible… Pero no podía hincarle el diente a causa de su revuelta. No cesaba de moverse, intentando deshacerse de mí. Pobre ingenuo, creía que podía conmigo. Harta de esperar a que parara quieto, lancé mis colmillos hacia su carne, ignorando si fuera su cara, su cuello, su hombro. Cuando mordí su piel, un gemido de dolor salió de su garganta. Estaba absorbiendo la vida de su hombro. Maldije para mis adentros que esa parte estuviera llena de huesos. Pero pude empezar a saciar mi sed. Cuando se fue calmando, desplacé mis dientes hacia su nuez, lentamente. Se la arranqué de cuajo, como si hubiera sido un sello en una epístola. Eso provocó que dejara de aullar, de gritar. La sangre, aquel esperado y codiciado manjar salí como si de una fuente  se tratara. Mi cara, mi ropa, mi cabello, todo quedó rociado de aquella droga. De repente un recuerdo me asaltó. La sangre se volvió agua, la ligera luz que salía de la puerta de mi celda era ahora el crepúsculo, y, el aire, se transformó en una familiar figura, que ahora mismo extrañaba.  Clyde apareció ante mí. Pero no era él, sino un simple y engañoso producto de mi imaginación.

sábado, 22 de diciembre de 2012

Capítulo 8: Curioso Despertar


Unas voces, más bien, unos gritos me despertaron.

-¿Quién diablos es esa? ¡Te dije que trajeras a Bárbara!

-Pero lleva el medallón y es vampira, como me indicaste. También es morena y bastante pálida. ¡Cumple todos los requisitos!

-Salvo uno: ¡Que no es Bárbara! Y no te dije que era vampira, sino que seguramente su compinche lo era y que posiblemente la hubiera convertido.

-¿Qué? Ni hablar, tú no me dijiste eso. Tú me…

-¡Sé perfectamente lo que dije! ¡Y ahora te digo que no es Bárbara!

Las voces, a medida que pasaba el tiempo, me parecían más confusas y borrosas debido a mi mareo. Intenté deducir mi paradero. Estaba en una especie de prisión, lejos de la luz solar puesto que el pasillo al que daba la puerta de mi celda estaba iluminado por lámparas, olía a moho y era difícil respirar por la humedad. Las voces venían del pasillo, y eran un poco lejanas ya que sólo oía el eco. Debía estar en un sótano, bastante grande pienso yo. El mareo regresó, más fuerte que antes lo que provocó que un gemido saliera de mi boca. De repente el silencio reinó y unas pisadas se dirigían hacia mí. De mi puerta, en la parte dónde había unos barrotes, unos ojos aparecieron. Eran oscuros, grandes y con destellos de ira. Un chirrido retumbó y la puerta se abrió. La silueta del que antes me observaba era grande, muy musculosa e imponía bastante. Otra apareció detrás de él, era, sin duda la del chico que me capturó. Simon. Debía dar caza a quién me cazó. Pero mi fuerza se había esfumado.

-Tú…, fue lo único que pude decir con un tono furioso.

Intenté lanzarme a por ese canalla, pero sólo hizo que me cayera boca abajo.

-¿De dónde has sacado ese collar, niña?, era el corpulento el que hablaba.

-Me lo compró mi novio en el mercado, le contesté vacilando, no podía decirle la verdad.

-¿Ves? Es falso.

-¡Está mintiendo! ¡Ella misma me dijo que no tenía novio!

Sentía cómo la sangre abandonaba mi cara y cómo mi expresión cambiaba, sustituida por una de terror.

-Dejamos nuestra relación hace poco, dije un poco deprisa. Esperaba que se lo creyera.

-¡Asquerosa rata!, me dijo cogiéndome del brazo. ¿De dónde lo has sacado? ¡Contesta! Y no se te ocurra mentirme.

¿Qué estaba pasando? No entendía absolutamente nada. ¿Por qué dejé mi vida del campo junto al hombre que me quería y me cuidaba? Si no me hubiera ido, no estaría viviendo tal pesadilla. Pero no era tiempo para recordar ni para lamentarse, tenía que encontrar una excusa para salir de todo este embrollo, o podría decir la verdad. Aunque, mirándolo desde otro punto de vista, podrían quitarme el collar, el amuleto que me permitía ser inmune al sol, dejando de estar sometida a un eterno enemigo.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Capítulo 7: Una Bárbara Confusión


Su mirada ahora se dirigió hacia mi pecho, que luciendo un escote un poco generoso, dejaba entrever la cadena. Su sonrisa desapareció.

-¿Dónde te diriges?, me preguntó.

-No tengo un rumbo fijo. ¿Por qué preguntas?

-Nosotros vamos a Nueva York, por si te apetece venir con nosotros.

Nueva York. Sin duda era una gran ciudad por lo que he oído, dónde pasaría desapercibida y no lamentarían unas cuantas pérdidas en cuanto a gente se refiere. Cumplía todos los requisitos. Sería perfecto, mi vida soñada. Tenía que ir.

-Por supuesto, accedí feliz.

-¡Genial! Tan sólo tienes que seguirme con tu coche…

-No tengo coche.

-Pues, en ese caso, te llevamos encantados.

Hizo un gesto con la cabeza para que le siguiera. Los humanos de hoy en día eran muy confiados, eso jugaba en mi favor. Subimos al coche de menor calidad que el anterior. Era rojo, pequeño y antiguo. Sencillo y barato. Ya en marcha, Simon me hizo un interrogatorio.

-¿Cómo llegaste a la gasolinera?

-Un chico me recogió y prometió llevarme allí.

-¿Era tu novio?

-No tengo novio.

-Ya veo… ¿Y de dónde eres?

-Soy de un pueblo rural no muy lejos de aquí.

-Pues yo soy de Nueva York. Nos fuimos de viaje y ya estamos de vuelta…

Hubo unos segundos de silencio.

-Bueno, ¿Cuánto hace que eres vampira?

Me sobresalté. ¿Es que acaso los humanos sabían de la existencia de vampiros? ¿Desde cuándo? Y si hubiera sido así ¿Cómo es que el conductor anterior no se percató? Puede que sólo ellos supieran la verdad o incluso… ¿Eran ellos vampiros? Él viendo la tardanza de mi respuesta embozó una gran sonrisa maliciosa. Ante la duda decidí hacerme la tonta.

-No sé de qué me hablas.

-Sí, sí, será eso. Vamos, que no eres con la primera vampira con la que nos topamos.

-Vaya, ¿Es que hay más?

-Así es. Y te estamos llevando de vuelta a Adam, Bárbara.

¿Bárbara? Ese no era mi nombre. ¿Quién demonios era Bárbara? ¿Y ese tal Adam? Se debían de estar confundiendo.

-Yo no soy Bárbara, ya te he dicho mi nombre. ¿Y quién es Adam? ¿Otro vampiro?

-No te hagas la sueca, que sé que eres tú. Adam me dijo que eras muy astuta pero que el collar te delataría.

-Vaya así que quieres el collar ¿eh? Pues si eres paciente te lo daré cuando se haga de noche.

-No creo que a Adam le haga mucha gracia que le lleve el envoltorio sin el caramelo.

-Te advierto que puedo matarte en un abrir y cerrar de ojos así que olvídate de entregarme a ese tal Adam.

-Yo que tú no lo haría. Digamos que hemos desayunado ajo y eso a ti no te sienta demasiado bien.

-En ese caso, puedo matarte con mis propias manos.

-No lo creo.

Abrió un compartimento secreto del coche y me lanzó un collar de ajos. Cayeron sobre mis piernas y me provocaron unas quemaduras bastante grandes. Los aparté de mí con brusquedad pero el olor de tal pesticida hizo que tosiera debido al picor que sentía en mi garganta y perdiera la consciencia en un par de minutos.

martes, 18 de diciembre de 2012

Capítulo 6: Delicioso Manjar


Deduje que aquella tienda era la gasolinera. Pero mi chofer no paró ahí delante, sino que aparcó detrás de la gasolinera donde no había nadie. Me dispuse a salir del coche pero no encontré la palanca que abría la puerta del automóvil. Por más que palpaba no daba con el pomo. Me decanté por preguntar.

-¿Cómo puedo salir?

-¿Es que te marchas? Primero tienes que agradecerme el trayecto.

Desabrochándose el cinturón que lo unía al asiento, se inclinó hacia mí rápidamente, dándole tiempo a juntar sus labios con los míos. Cuando su lengua asomó por mi boca, la mordí en gesto de defensa. La sangre afloró dándome el placer de saborearla, pero la fuente desapareció de mis papilas gustativas. El chico se retiró llevándose la mano al miembro herido que sacó para comprobar su estado en el espejo que había entre nosotros. El rojo líquido se derramaba alrededor de la lesión, absorbiéndome. Puse mi mano sobre su mejilla, volviendo su rostro al mío y fui en busca de mi almuerzo. Un frenesí me invadió y ya no busqué su lengua, sino su cuello, aquella garganta suculenta que me había resistido a probar desde que le vi. Hundí mis colmillos en la tráquea y succioné el manjar. Sus pataletas y empujones tan sólo me provocaban cosquillas y eran inútiles ante mi tremenda sed. Cuando me harté, el cuerpo estaba inerte. No se movía, estaba pálido y su boca estaba abierta, como mostrando sorpresa. Me limpié las gotas que corrían por mi barbilla con la falda de mi vestido.

Cuando quise salir, no pude. No sabía cómo activar el mecanismo que me dejara libre. Miré por todos lados y no encontré la respuesta. Me percaté de que mi ropa estaba muy sucia, y llena de sangre. La gente del establecimiento haría preguntas. ¿Pero de dónde sacaría nueva muda? Miré el cadáver de mi lado. Podría ponerme su camisa. Y así lo hice. Ya vestida me volví a encontrar con el mismo problema. Harta ya de buscar, le di una patada a la puerta que, abriéndose, me proporcionó la libertad que deseaba. Me mostré ante la gente de la gasolinera, que no era mucha, portando únicamente la camisa y mi ropa interior. La gente me miraba durante unos instantes y luego volvían a sus menesteres.

Una chica me sorprendió. Era muy guapa, rubia con los ojos verdes. Era alta, delgada y vestía con ropa muy provocativa, con mucho escote y con unos pantalones demasiado cortos para mi gusto. Llevaba una botella verde de cristal en la mano derecha, y por como olía diría que se trataba de cerveza.

-Vaya, ¡Que vestido tan bonito!, dijo mientras se reía agudamente. Luego se acercó y me susurró: como sea la camisa de mi novio, date por muerta.

¿Acaso esa humana borracha me estaba amenazando? De pronto un chico se acercó por su espalda y le arrebató la botella de alcohol. La otra, un poco despistada la buscó y, como un bebé que suplica por su juguete, intentó alcanzarla. El chico la arrojó bastante lejos provocando que la rubia se diera por vencida y dejara de pedir. Ella se agarró al torso de su compañero como un koala y no lo soltó.

-Siento todo este alboroto, se disculpó. El joven era, sin duda, muy atractivo: moreno, ojos oscuros, bronceado, alto, musculado y con sonrisa inocente.

-No te disculpes tú, le dije de un tono algo tajante, debería hacerlo ella.

-Pues ahora mismo no está por la labor, dijo conservando la sonrisa. Cuando viajamos le parece aburrido, así que tiene que emborracharse. El tiempo pasa más deprisa.