Su mirada ahora se dirigió hacia mi pecho,
que luciendo un escote un poco generoso, dejaba entrever la cadena. Su sonrisa
desapareció.
-¿Dónde
te diriges?, me preguntó.
-No
tengo un rumbo fijo. ¿Por qué preguntas?
-Nosotros
vamos a Nueva York, por si te apetece venir con nosotros.
Nueva York. Sin duda era una gran ciudad por
lo que he oído, dónde pasaría desapercibida y no lamentarían unas cuantas
pérdidas en cuanto a gente se refiere. Cumplía todos los requisitos. Sería
perfecto, mi vida soñada. Tenía que ir.
-Por
supuesto, accedí feliz.
-¡Genial!
Tan sólo tienes que seguirme con tu coche…
-No
tengo coche.
-Pues,
en ese caso, te llevamos encantados.
Hizo un gesto con la cabeza para que le
siguiera. Los humanos de hoy en día eran muy confiados, eso jugaba en mi favor.
Subimos al coche de menor calidad que el anterior. Era rojo, pequeño y antiguo.
Sencillo y barato. Ya en marcha, Simon me hizo un interrogatorio.
-¿Cómo
llegaste a la gasolinera?
-Un
chico me recogió y prometió llevarme allí.
-¿Era
tu novio?
-No
tengo novio.
-Ya
veo… ¿Y de dónde eres?
-Soy de
un pueblo rural no muy lejos de aquí.
-Pues
yo soy de Nueva York. Nos fuimos de viaje y ya estamos de vuelta…
Hubo unos segundos de silencio.
-Bueno,
¿Cuánto hace que eres vampira?
Me sobresalté. ¿Es que acaso los humanos
sabían de la existencia de vampiros? ¿Desde cuándo? Y si hubiera sido así ¿Cómo
es que el conductor anterior no se percató? Puede que sólo ellos supieran la
verdad o incluso… ¿Eran ellos vampiros? Él viendo la tardanza de mi respuesta
embozó una gran sonrisa maliciosa. Ante la duda decidí hacerme la tonta.
-No sé
de qué me hablas.
-Sí,
sí, será eso. Vamos, que no eres con la primera vampira con la que nos topamos.
-Vaya,
¿Es que hay más?
-Así
es. Y te estamos llevando de vuelta a Adam, Bárbara.
¿Bárbara? Ese no era mi nombre. ¿Quién
demonios era Bárbara? ¿Y ese tal Adam? Se debían de estar confundiendo.
-Yo no
soy Bárbara, ya te he dicho mi nombre. ¿Y quién es Adam? ¿Otro vampiro?
-No te
hagas la sueca, que sé que eres tú. Adam me dijo que eras muy astuta pero que
el collar te delataría.
-Vaya
así que quieres el collar ¿eh? Pues si eres paciente te lo daré cuando se haga
de noche.
-No
creo que a Adam le haga mucha gracia que le lleve el envoltorio sin el
caramelo.
-Te
advierto que puedo matarte en un abrir y cerrar de ojos así que olvídate de
entregarme a ese tal Adam.
-Yo que
tú no lo haría. Digamos que hemos desayunado ajo y eso a ti no te sienta
demasiado bien.
-En ese
caso, puedo matarte con mis propias manos.
-No lo
creo.
Abrió un compartimento secreto del coche y me
lanzó un collar de ajos. Cayeron sobre mis piernas y me provocaron unas
quemaduras bastante grandes. Los aparté de mí con brusquedad pero el olor de
tal pesticida hizo que tosiera debido al picor que sentía en mi garganta y perdiera
la consciencia en un par de minutos.
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