Unas voces, más bien, unos gritos me
despertaron.
-¿Quién
diablos es esa? ¡Te dije que trajeras a Bárbara!
-Pero
lleva el medallón y es vampira, como me indicaste. También es morena y bastante
pálida. ¡Cumple todos los requisitos!
-Salvo
uno: ¡Que no es Bárbara! Y no te dije que era vampira, sino que seguramente su
compinche lo era y que posiblemente la hubiera convertido.
-¿Qué?
Ni hablar, tú no me dijiste eso. Tú me…
-¡Sé
perfectamente lo que dije! ¡Y ahora te digo que no es Bárbara!
Las voces, a medida que pasaba el tiempo, me
parecían más confusas y borrosas debido a mi mareo. Intenté deducir mi
paradero. Estaba en una especie de prisión, lejos de la luz solar puesto que el
pasillo al que daba la puerta de mi celda estaba iluminado por lámparas, olía a
moho y era difícil respirar por la humedad. Las voces venían del pasillo, y
eran un poco lejanas ya que sólo oía el eco. Debía estar en un sótano, bastante
grande pienso yo. El mareo regresó, más fuerte que antes lo que provocó que un
gemido saliera de mi boca. De repente el silencio reinó y unas pisadas se
dirigían hacia mí. De mi puerta, en la parte dónde había unos barrotes, unos
ojos aparecieron. Eran oscuros, grandes y con destellos de ira. Un chirrido
retumbó y la puerta se abrió. La silueta del que antes me observaba era grande,
muy musculosa e imponía bastante. Otra apareció detrás de él, era, sin duda la
del chico que me capturó. Simon. Debía dar caza a quién me cazó. Pero mi fuerza
se había esfumado.
-Tú…,
fue lo único que pude decir con un tono furioso.
Intenté lanzarme a por ese canalla, pero sólo
hizo que me cayera boca abajo.
-¿De
dónde has sacado ese collar, niña?, era el corpulento el que hablaba.
-Me lo
compró mi novio en el mercado, le contesté vacilando, no podía decirle la
verdad.
-¿Ves?
Es falso.
-¡Está
mintiendo! ¡Ella misma me dijo que no tenía novio!
Sentía cómo la sangre abandonaba mi cara y
cómo mi expresión cambiaba, sustituida por una de terror.
-Dejamos
nuestra relación hace poco, dije un poco deprisa. Esperaba que se lo creyera.
-¡Asquerosa
rata!, me dijo cogiéndome del brazo. ¿De dónde lo has sacado? ¡Contesta! Y no
se te ocurra mentirme.
¿Qué estaba pasando? No entendía
absolutamente nada. ¿Por qué dejé mi vida del campo junto al hombre que me
quería y me cuidaba? Si no me hubiera ido, no estaría viviendo tal pesadilla.
Pero no era tiempo para recordar ni para lamentarse, tenía que encontrar una
excusa para salir de todo este embrollo, o podría decir la verdad. Aunque,
mirándolo desde otro punto de vista, podrían quitarme el collar, el amuleto que
me permitía ser inmune al sol, dejando de estar sometida a un eterno enemigo.
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