domingo, 30 de diciembre de 2012

Capítulo 9: Revuelta Sangrienta


Ante mis últimos pensamientos decidí guardar silencio, ajena a lo que me hicieran. O eso decía ahora. Al ver que no contestaba, me sacudió como si fuera una muñeca de trapo y a continuación  me arrojó contra la pared, provocando un ruido sordo y un punzante dolor en mi torso. Un grito ahogado salió de mi garganta al no estar familiarizada con el dolor ni la agonía.

-¿Es que no piensas hablar?, me gritó.

El corpulento sacó algo luminoso de su bolsillo y tras toquetearlo se lo puso en la oreja.

-¿A quién llamas?, preguntó cautamente Simon, algo tembloroso.

-A Adam, él sabrá manejarla.

-¡Pero me matará!

-Debiste haberlo pensado antes de traerla.

-¡Pero he encontrado el collar! ¿No es eso lo que quería Adam?

-Él quería ambos… Hola Adam, el inútil que contrataste ha traído a la Bárbara equivocada, aunque ha encontrado el collar. Hizo una pausa en su monólogo. No lo sabemos, no quiere hablar… esperaba que lo hicieras tú… De acuerdo, hasta ahora. Hizo otra pausa mientras guardaba el curioso objeto. Viene de camino.

Aún estaba en el suelo mientras todo esto ocurría, no había ni levantado la cabeza por falta de fuerzas. El corpulento desapareció durante unos instantes y a su vuelta trajo con él un asiento que dispuso enfrente de mi celda. Simon se quedó en la puerta, hablando entre dientes. Levantó la mirada hacia mí y empezó a gritar:

-¡Me has condenado, vieja loca!, a continuación corrió hacia mí y comenzó a pegarme, a darme patadas, a tirarme del pelo mientras me maldecía como lo había hecho Clyde.
El más corpulento no se movió del sitio, observando la escena como un espectador aburrido. La ira corría por mis venas y cuando fue a darme otra patada, le agarré del pie y provoqué que se cayera. Era la hora de atacar. Por mucha práctica que me faltara sabía que podía acabar con él en un santiamén. Me abalancé sobre él y busqué su cuello. Su suave cuello humano, bombeando sangre cada segundo, tan frágil, tan apetecible… Pero no podía hincarle el diente a causa de su revuelta. No cesaba de moverse, intentando deshacerse de mí. Pobre ingenuo, creía que podía conmigo. Harta de esperar a que parara quieto, lancé mis colmillos hacia su carne, ignorando si fuera su cara, su cuello, su hombro. Cuando mordí su piel, un gemido de dolor salió de su garganta. Estaba absorbiendo la vida de su hombro. Maldije para mis adentros que esa parte estuviera llena de huesos. Pero pude empezar a saciar mi sed. Cuando se fue calmando, desplacé mis dientes hacia su nuez, lentamente. Se la arranqué de cuajo, como si hubiera sido un sello en una epístola. Eso provocó que dejara de aullar, de gritar. La sangre, aquel esperado y codiciado manjar salí como si de una fuente  se tratara. Mi cara, mi ropa, mi cabello, todo quedó rociado de aquella droga. De repente un recuerdo me asaltó. La sangre se volvió agua, la ligera luz que salía de la puerta de mi celda era ahora el crepúsculo, y, el aire, se transformó en una familiar figura, que ahora mismo extrañaba.  Clyde apareció ante mí. Pero no era él, sino un simple y engañoso producto de mi imaginación.

sábado, 22 de diciembre de 2012

Capítulo 8: Curioso Despertar


Unas voces, más bien, unos gritos me despertaron.

-¿Quién diablos es esa? ¡Te dije que trajeras a Bárbara!

-Pero lleva el medallón y es vampira, como me indicaste. También es morena y bastante pálida. ¡Cumple todos los requisitos!

-Salvo uno: ¡Que no es Bárbara! Y no te dije que era vampira, sino que seguramente su compinche lo era y que posiblemente la hubiera convertido.

-¿Qué? Ni hablar, tú no me dijiste eso. Tú me…

-¡Sé perfectamente lo que dije! ¡Y ahora te digo que no es Bárbara!

Las voces, a medida que pasaba el tiempo, me parecían más confusas y borrosas debido a mi mareo. Intenté deducir mi paradero. Estaba en una especie de prisión, lejos de la luz solar puesto que el pasillo al que daba la puerta de mi celda estaba iluminado por lámparas, olía a moho y era difícil respirar por la humedad. Las voces venían del pasillo, y eran un poco lejanas ya que sólo oía el eco. Debía estar en un sótano, bastante grande pienso yo. El mareo regresó, más fuerte que antes lo que provocó que un gemido saliera de mi boca. De repente el silencio reinó y unas pisadas se dirigían hacia mí. De mi puerta, en la parte dónde había unos barrotes, unos ojos aparecieron. Eran oscuros, grandes y con destellos de ira. Un chirrido retumbó y la puerta se abrió. La silueta del que antes me observaba era grande, muy musculosa e imponía bastante. Otra apareció detrás de él, era, sin duda la del chico que me capturó. Simon. Debía dar caza a quién me cazó. Pero mi fuerza se había esfumado.

-Tú…, fue lo único que pude decir con un tono furioso.

Intenté lanzarme a por ese canalla, pero sólo hizo que me cayera boca abajo.

-¿De dónde has sacado ese collar, niña?, era el corpulento el que hablaba.

-Me lo compró mi novio en el mercado, le contesté vacilando, no podía decirle la verdad.

-¿Ves? Es falso.

-¡Está mintiendo! ¡Ella misma me dijo que no tenía novio!

Sentía cómo la sangre abandonaba mi cara y cómo mi expresión cambiaba, sustituida por una de terror.

-Dejamos nuestra relación hace poco, dije un poco deprisa. Esperaba que se lo creyera.

-¡Asquerosa rata!, me dijo cogiéndome del brazo. ¿De dónde lo has sacado? ¡Contesta! Y no se te ocurra mentirme.

¿Qué estaba pasando? No entendía absolutamente nada. ¿Por qué dejé mi vida del campo junto al hombre que me quería y me cuidaba? Si no me hubiera ido, no estaría viviendo tal pesadilla. Pero no era tiempo para recordar ni para lamentarse, tenía que encontrar una excusa para salir de todo este embrollo, o podría decir la verdad. Aunque, mirándolo desde otro punto de vista, podrían quitarme el collar, el amuleto que me permitía ser inmune al sol, dejando de estar sometida a un eterno enemigo.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Capítulo 7: Una Bárbara Confusión


Su mirada ahora se dirigió hacia mi pecho, que luciendo un escote un poco generoso, dejaba entrever la cadena. Su sonrisa desapareció.

-¿Dónde te diriges?, me preguntó.

-No tengo un rumbo fijo. ¿Por qué preguntas?

-Nosotros vamos a Nueva York, por si te apetece venir con nosotros.

Nueva York. Sin duda era una gran ciudad por lo que he oído, dónde pasaría desapercibida y no lamentarían unas cuantas pérdidas en cuanto a gente se refiere. Cumplía todos los requisitos. Sería perfecto, mi vida soñada. Tenía que ir.

-Por supuesto, accedí feliz.

-¡Genial! Tan sólo tienes que seguirme con tu coche…

-No tengo coche.

-Pues, en ese caso, te llevamos encantados.

Hizo un gesto con la cabeza para que le siguiera. Los humanos de hoy en día eran muy confiados, eso jugaba en mi favor. Subimos al coche de menor calidad que el anterior. Era rojo, pequeño y antiguo. Sencillo y barato. Ya en marcha, Simon me hizo un interrogatorio.

-¿Cómo llegaste a la gasolinera?

-Un chico me recogió y prometió llevarme allí.

-¿Era tu novio?

-No tengo novio.

-Ya veo… ¿Y de dónde eres?

-Soy de un pueblo rural no muy lejos de aquí.

-Pues yo soy de Nueva York. Nos fuimos de viaje y ya estamos de vuelta…

Hubo unos segundos de silencio.

-Bueno, ¿Cuánto hace que eres vampira?

Me sobresalté. ¿Es que acaso los humanos sabían de la existencia de vampiros? ¿Desde cuándo? Y si hubiera sido así ¿Cómo es que el conductor anterior no se percató? Puede que sólo ellos supieran la verdad o incluso… ¿Eran ellos vampiros? Él viendo la tardanza de mi respuesta embozó una gran sonrisa maliciosa. Ante la duda decidí hacerme la tonta.

-No sé de qué me hablas.

-Sí, sí, será eso. Vamos, que no eres con la primera vampira con la que nos topamos.

-Vaya, ¿Es que hay más?

-Así es. Y te estamos llevando de vuelta a Adam, Bárbara.

¿Bárbara? Ese no era mi nombre. ¿Quién demonios era Bárbara? ¿Y ese tal Adam? Se debían de estar confundiendo.

-Yo no soy Bárbara, ya te he dicho mi nombre. ¿Y quién es Adam? ¿Otro vampiro?

-No te hagas la sueca, que sé que eres tú. Adam me dijo que eras muy astuta pero que el collar te delataría.

-Vaya así que quieres el collar ¿eh? Pues si eres paciente te lo daré cuando se haga de noche.

-No creo que a Adam le haga mucha gracia que le lleve el envoltorio sin el caramelo.

-Te advierto que puedo matarte en un abrir y cerrar de ojos así que olvídate de entregarme a ese tal Adam.

-Yo que tú no lo haría. Digamos que hemos desayunado ajo y eso a ti no te sienta demasiado bien.

-En ese caso, puedo matarte con mis propias manos.

-No lo creo.

Abrió un compartimento secreto del coche y me lanzó un collar de ajos. Cayeron sobre mis piernas y me provocaron unas quemaduras bastante grandes. Los aparté de mí con brusquedad pero el olor de tal pesticida hizo que tosiera debido al picor que sentía en mi garganta y perdiera la consciencia en un par de minutos.

martes, 18 de diciembre de 2012

Capítulo 6: Delicioso Manjar


Deduje que aquella tienda era la gasolinera. Pero mi chofer no paró ahí delante, sino que aparcó detrás de la gasolinera donde no había nadie. Me dispuse a salir del coche pero no encontré la palanca que abría la puerta del automóvil. Por más que palpaba no daba con el pomo. Me decanté por preguntar.

-¿Cómo puedo salir?

-¿Es que te marchas? Primero tienes que agradecerme el trayecto.

Desabrochándose el cinturón que lo unía al asiento, se inclinó hacia mí rápidamente, dándole tiempo a juntar sus labios con los míos. Cuando su lengua asomó por mi boca, la mordí en gesto de defensa. La sangre afloró dándome el placer de saborearla, pero la fuente desapareció de mis papilas gustativas. El chico se retiró llevándose la mano al miembro herido que sacó para comprobar su estado en el espejo que había entre nosotros. El rojo líquido se derramaba alrededor de la lesión, absorbiéndome. Puse mi mano sobre su mejilla, volviendo su rostro al mío y fui en busca de mi almuerzo. Un frenesí me invadió y ya no busqué su lengua, sino su cuello, aquella garganta suculenta que me había resistido a probar desde que le vi. Hundí mis colmillos en la tráquea y succioné el manjar. Sus pataletas y empujones tan sólo me provocaban cosquillas y eran inútiles ante mi tremenda sed. Cuando me harté, el cuerpo estaba inerte. No se movía, estaba pálido y su boca estaba abierta, como mostrando sorpresa. Me limpié las gotas que corrían por mi barbilla con la falda de mi vestido.

Cuando quise salir, no pude. No sabía cómo activar el mecanismo que me dejara libre. Miré por todos lados y no encontré la respuesta. Me percaté de que mi ropa estaba muy sucia, y llena de sangre. La gente del establecimiento haría preguntas. ¿Pero de dónde sacaría nueva muda? Miré el cadáver de mi lado. Podría ponerme su camisa. Y así lo hice. Ya vestida me volví a encontrar con el mismo problema. Harta ya de buscar, le di una patada a la puerta que, abriéndose, me proporcionó la libertad que deseaba. Me mostré ante la gente de la gasolinera, que no era mucha, portando únicamente la camisa y mi ropa interior. La gente me miraba durante unos instantes y luego volvían a sus menesteres.

Una chica me sorprendió. Era muy guapa, rubia con los ojos verdes. Era alta, delgada y vestía con ropa muy provocativa, con mucho escote y con unos pantalones demasiado cortos para mi gusto. Llevaba una botella verde de cristal en la mano derecha, y por como olía diría que se trataba de cerveza.

-Vaya, ¡Que vestido tan bonito!, dijo mientras se reía agudamente. Luego se acercó y me susurró: como sea la camisa de mi novio, date por muerta.

¿Acaso esa humana borracha me estaba amenazando? De pronto un chico se acercó por su espalda y le arrebató la botella de alcohol. La otra, un poco despistada la buscó y, como un bebé que suplica por su juguete, intentó alcanzarla. El chico la arrojó bastante lejos provocando que la rubia se diera por vencida y dejara de pedir. Ella se agarró al torso de su compañero como un koala y no lo soltó.

-Siento todo este alboroto, se disculpó. El joven era, sin duda, muy atractivo: moreno, ojos oscuros, bronceado, alto, musculado y con sonrisa inocente.

-No te disculpes tú, le dije de un tono algo tajante, debería hacerlo ella.

-Pues ahora mismo no está por la labor, dijo conservando la sonrisa. Cuando viajamos le parece aburrido, así que tiene que emborracharse. El tiempo pasa más deprisa.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Capítulo 5: Peculiar Trayecto


-Vaya princesita que tenemos aquí, soltó mientras ponía una mano en mi mejilla. Sus manos eran peludas y ásperas por lo que aparte la cara en cuanto me hubo rozado. ¿Tu novio te ha dejado aquí tirada?

-Así es, respondí. Por lo menos me ahorraba una excusa que buscar.

-Pues si quieres te llevo a una gasolinera donde puedas llamar a tu mamá para que venga a recogerte.

Sonreí ante la idea. Supongo que en esa gasolinera, como decía, habría gente para almorzar.

-Pero te aviso que yo cobro al final del trayecto, muñeca, me advirtió mientras enarcaba una ceja. No sé si me sigues, esto último lo dijo susurrando.

Asentí, aunque la verdad no comprendía a qué se refería. Nos subimos al automóvil. Corría una brisa desconocida ahí dentro que descubrí que salía por unas rejillas situadas en lugares estratégicos. Se escuchaba música infernal que él cantaba a plena voz. De vez en cuando, el conductor me miraba y se mordía el labio sonriendo. Era muy raro. Pero me divertía ver esa expresión cómica. Aunque cuando hacía tal gesto dejaba al descubierto su garganta, provocando que me ardiera la mía por la sed. Pero procuraba distraerme para no abalanzarme. Mientras miraba por la ventana, de repente, su mano se posó en mi muslo. Mi cara mostró mi sorpresa ya que era lo que hacía Clyde cuando quería subir al dormitorio en mi época. ¿Acaso quería eso? Supongo que no iba enserio, no iba a hacer tal cosa, y menos con aquel enclenque. Quité su mano de mi pierna, dejándole entender que no tendría lo que buscaba, al menos no de mí. Se le veía incómodo y nervioso. Sus ojos iban de un lado a otro de la carretera intranquilos. Abría la boca con la intención de decir algo pero de inmediato la volvía a cerrar como si se hubiera arrepentido.

-¿De dónde has sacado ese trapito?, me bombardeó.

No entendía a lo que se refería por lo que le lancé una expresión de incomprensión.

-Me refiero a la ropa que llevas, ¿Vienes de alguna fiesta o es que eres de otra época?, esto último lo dijo en tono sarcástico y seguido una risita histérica.

- Lo segundo, le respondí sonriendo. Este chico me ponía las escusas en bandeja, sin darme opción  a entrenarme para el futuro.

-Ya veo…

De repente una especie de edificio asaltó mi campo de visión. No tenía más de una sola planta, era blanco y estaba lleno de coches como en el que iba, pero de diferentes modelos. No estaba muy lejos.

-Parece que hemos llegado, proclamó.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Capítulo 4: Burla Soleada


Decidí emprender la marcha así que me sequé las lágrimas que aún caían por mi cara y al levantarme algo sonó en el pequeño bolsillo escondido en mi vestido. Saqué el sonoro objeto y hallé la cadena que encontré poco tiempo antes. Me la puse con facilidad y me puse en marcha. Seguí por el caminito que se mostraba delante de mí, más allá del yacimiento de agua, a paso ligero. Por el trayecto tan sólo vi árboles verdes rodeados de hierba igualmente verde. Ya no parecía un campo sino un profundo y espeso bosque y gracias a sus altísimos árboles así como frondosos me pude permitir caminar noche y día sin pausa. Así transcurrió mi viaje de dos o tres días, no puedo precisar el tiempo transcurrido ahí dentro ya que las copas de los árboles no dejaban filtrar la luz solar ni la lunar, pero al fin llegué a una carretera. El paso del arcén cortaba en dos aquel interminable bosque y libre de protección de la luz del sol que brillaba en lo más alto del cielo. Me quedé quieta al borde de la sombra, deseando que la luz se ocultara dejando paso a la oscuridad. El viento sacudió la cima de los árboles dejándome en momentos expuesta al sol. Cuando me di cuenta esperé a que mi cuerpo empezara a arder, y retrocediendo hasta un cobijo seguro me percaté de que esa sensación no llegaba. No ardía, no me quemaba con la luz del sol como antes. ¿Se puede saber a qué se debe? Decidí volver a probar y puse un brazo al descubierto. No me quemaba, no me dolía. Era prácticamente imposible. Para cerciorarme pasé de un lado a otro de la carretera, llegando de nuevo a la sombra. Nada. No pasaba absolutamente nada. ¿Qué había cambiado? Llevaba el mismo pelo, el mismo vestido, los mismos zapatos que cuando lo intentaba con Clyde y fracasaba. Todo era igual. Volví a pasar al otro extremo del camino. Algo golpeaba contra mi pecho al correr. Lo palpé: era el collar. Seguro que era el collar. Un collar me había ayudado a vencer al mayor enemigo de un vampiro. Una sonrisa se dibujó en mi rostro y me coloqué justo en medio del arcén. Me aclaré la garganta ya que llevaba mucho tiempo sin hablar.

-Vaya, ¿A que eso no te lo esperabas?, grité mientras miraba al sol. ¡Me he enfrentado a quien me mataba! No volveré a esconderme de ti nunca más ¿Me oyes? Cada día te dejaré apreciar mi  preciosa cara, mi melena castaña y mi trasero respingón. Cada mañana te saludaré con una sonrisa burlona. Te vas a cansar de mí eso, te lo prometo.

 De repente un ruido ocupó toda mi atención. Era un automóvil que se acercaba a gran velocidad. Una sola palabra asaltó mi mente: sangre. Pero me obligué a recapacitar. ¿Cómo iba a salir de ahí si mataba a la única persona del entorno y que además sabía cómo salir de ese laberinto? Pero era cierto que llevaba varios días sin probar bocado y me moría por hincarle el diente a algo, sobre todo a una tráquea humana. Pero ya tendría tiempo de alimentarme más adelante. Me quedé en medio del camino esperando que le transporte parara, en caso de que no lo hiciera, tendría que arreglar cuentas. El coche se acercaba muy rápido. Como la carretera era recta pude ver que se trataba de un coche de pequeño tamaño, plateado y que rugía como un león. Al percatarse de mi presencia, el conductor frenó a varios metros. Salió y al quitarse una especie de gafas negras, pude ver su cara de sorpresa. Era un hombre alto, joven pero no muy agraciado. Tenía el pelo castaño, rizado y alborotado, unos extraños pantalones azules y una blusa peculiar. Se acercó a mí y embozó una enorme sonrisa mirándome por encima del hombro.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Capítulo 3: Heridas por Gritos


-¿Pero qué has hecho? Lo has echado todo a perder. No volverás a ser la misma después de la sangre humana. ¿Se puede saber que has hecho? ¿Eres consciente de tus actos? ¡Teníamos una vida perfecta y lo has echado a perder todo!, mientras hacía su discurso soltando las palabras sin pausa, la vena de su cabeza se hinchó así como las de su cuello.

Decidí hacerle frente y decirle lo que pensaba durante estas últimas semanas.

-¿Perfecta? ¿A ti te parece esto una vida perfecta?, le grité, ¡Vivimos en una ruina de casa, por llamarlo de algún modo, comemos ratas y toda clase de bichos que me provocan náuseas y no podemos ver el maldito sol ni una sola vez! Vuelve a decir que tenemos una vida perfecta y te parto el cuello. ¡Maldita sea Clyde! ¡Tenía una mansión para mí sola, tenía numerosos criados, tenía dinero y sobre todo tenía manjares a todas horas! ¡Yo sí que tenía una vida perfecta!

-Vaya, así que es culpa mía que no tengas lujos a tu alcance ¿Eh? ¡Tan sólo hice lo que tú me pediste! ¡Jamás te hubiera convertido de no habérmelo pedido! ¡Así que siento no ser lo bastante bueno para ti, princesita!

-¿Enserio? Así que quieres decir que tu vida habría sido mejor si no me hubieras convertido ¿Verdad? Que hubieras podido vivir perfectamente sin mí ¿Es eso? Pues espero que sea cierto, porque me voy ¡Y no quiero volver a verte nunca! ¿Me oyes? ¡Nunca!

Me fui, dando un portazo al salir que hizo que la puerta, al rebotar, cayera como una hoja. No me llevé nada más que lo puesto. Corrí sin destino alguno lo más lejos posible de él. A lo lejos oí su voz maldiciéndome como nunca lo había hecho. Jamás pensé que esto iba a acabar así. Sabía que ya no sentía lo mismo por él y pretendía dejar nuestra idílica relación, pero no así. ¿Qué demonios iba a hacer ahora? Me paré en seco ante la eterna cuestión que asalta a cada persona al menos una vez en la vida. No sabía cómo enfrentarme a ella. Tomé aire y lo expiré lo más calmadamente posible. En el silencio sólo se escuchaba una cascada no muy lejana a mi posición. Decidí ir a su encuentro. Cuando llegué, me percaté de que era nuestra ducha particular en la cual jugábamos, nos besábamos y demostrábamos nuestro amor diariamente. Me senté sobre la roca a seguir con mi lucha interna cuando de repente los gritos de la pelea regresaron a mi memoria. Sin quererlo los sollozos llegaron seguidos de lágrimas que, después de casi cien años, volvieron a su cauce. No podía imaginar una vida sin Clyde puesto que lo había sido absolutamente todo durante el último siglo. Él siempre sabía lo que hacer, lo que decirme, lo que cazar y sobre todo dónde ir. Intenté pensar en lo positivo como que era tan hábil como él, tan rápida y fuerte como él, tan intuitiva como él. Tan sólo me faltaba decidir qué hacer. Pensé en las necesidades que tendría, y de las que había prescindido durante todo este tiempo, como por ejemplo sangre humana, una casa de verdad y, si podía ser, grande, ropa nueva ya que ir con un vestido de principios de siglo no me parecía indicado en tema de comodidad y además era muy antiguo por lo tanto estaba desgastado. De momento me conformaba con eso. Bien, ahora debía pensar qué lugares podrían tener lo que necesitaba. Y pensando me vino a la cabeza mi eterno deseo de vivir en una gran ciudad, dónde me confundieran entre la multitud, dónde llevar cualquier harapo no llamara la atención, dónde viviera tanta gente que no lamentarían la pérdida de un puñado de gente, dónde nadie se interesara por tu persona y que no tuviera que ir de un lado a otro al ver mis conocidos que el tiempo no tenía efecto en mí. Eso era, debía ir a una gran ciudad. Pero ¿Cómo iba a salir de este campo? Nunca había encontrado una salida. Aún así debía encontrarla. Tenía toda la eternidad por delante ¿Qué podía perder?

Capítulo 2: Sangre de Colgante


Hacía tiempo que no veíamos la luz solar. Esta vez tuvimos ocasión puesto que había algunas nubes en el cielo que, de vez en cuando, escondían el sol dejando que nuestros ojos se acostumbraran poco a poco a la luz. Lo que también nos permitió salir de nuestra madriguera fue que en el crepúsculo, los rayos solares brillaban con mucha menos intensidad que durante el resto del día, y puesto que acabábamos de abandonar el invierno, el sol no era lo suficientemente potente como para acabar con nosotros, convirtiendo cada célula de nuestro organismo en ceniza.

                El sol ya se había ocultado cuando decidimos emprender la caza. Era curioso, jamás había apoyado la caza porque me parecía una actividad atroz, algo innecesario y sin escrúpulos pero mi constante sed de sangre provocaba que casi todos los días saliera a cometer tal traición a mis principios. Algunas estrellas brillaban en aquel cielo casi negro y la luna, en su forma más fina y sonriente, parecía invitarlas a ser acunadas mientras sonaba la nana que cada noche entonaban los grillos pero, al no recibir respuesta alguna, ella tornaba, al cabo de los segundos, más pálida y solitaria. Con un gesto, Clyde me indicó el camino a seguir para atrapar nuestra cena, de la cual, disfrutaríamos bajo el techo de la habitación abandonada y que iba a ser adornada por una conversación que terminaría en pelea. Seguimos el sendero a paso ligero, apenas rozando el suelo hasta llegar a un pozo abandonado dónde me pidió que aguardara su llegada. Desapareció entre la maleza dejando tras de sí el viento de su carrera. Observé aquel pozo. Averigüé que era bastante profundo y puesto que desprendía un fuerte olor a humedad decidí tirar de la cuerda para alcanzar el cubo con el fin de comprobar la existencia de agua. Tiraba de la extensa cuerda que parecía que se rompería en cualquier momento hasta que pude atrapar el cubo que llevaba en su extremo. Cogí un poco de agua con las manos. No lo parecía ya que el insípido líquido no era cristalino sino rojo. Sometida a mi instinto, llevé el agua a mi boca y bebí. Era sangre, el agua contenía una fuerte ración de sangre. Y no era animal, que al ser herbívoros no era de mi agrado, sino que era sangre humana. Jamás había podido catarla puesto que mi compañero no era partidario del dolor de los humanos, era demasiado concienzudo como para acabar con una persona, de ahí que tan sólo tomáramos sangre animal, pero algo en mi cabeza me decía que era humana. Era la más deliciosa que había podido tomar. De repente me encontré bebiendo el recipiente sin dejar ni una gota del agua ensangrentada o de la sangre aguada. Por fin, al acabarme el cubo entero, sentí que mi sed estaba saciada. No necesitaba sangre de los inquilinos que vivían con nosotros en la  casita, no tenía la garganta ardiendo como la había tenido siempre. Estaba perfecta. Llena de energía, activa. Constaté después de relamerme como un gato después de tomar su leche, que una fina cadena plateada colgaba del asa del cubo. En su extremo había un pequeño medallón bañado en plata. La desenredé con dificultad y entre mis manos la observé hasta que Clyde me interrumpió. Portaba tres conejos degollados entre sus manos y unas gotas de sangre cayendo de sus labios.

-¿Qué te has encontrado?

-Un collar, estaba en el pozo, le respondí mostrándoselo.

Se colocó delante de mí y acercó sus labios a los míos. Saboreando la sangre de sus labios di un respingo de asco y me aparté bruscamente.

-¿Qué ocurre? Te encanta lamer la sangre de mi cara cuando cazamos.

¿Debería decirle que no pienso probar otra sangre que la humana durante el resto de mi vida? Quizá no era el momento. Aunque esa sangre era repugnante, sabía a hierba. Prefería la de animales carnívoros, porque se acercaba bastante a la humana. El gusto del dulce néctar  volvió a mi boca proporcionándome un inmenso placer. Era  un exquisito manjar que me prometí nunca faltaría en mi dieta. Pero antes debía encontrar una excusa por tal comportamiento.

-Creo que esa sangre no está en buen estado. Parece envenenada, se me ocurrió.

Ante esa respuesta Clyde saboreó de nuevo nuestra cena.

-Tranquila, está bien.

Sonreí para complacerle pero el aliento salió de mi boca haciendo que él oliera mi última degustación. Cuando identificó el olor, su cara tornó agresiva y, soltando los conejos, me cogió del brazo, llevándome a largas zancadas hasta la casita. Una vez dentro, me lanzó contra la pared. Puso su rostro entre sus manos e inspiró profundamente. Mi sorpresa ante tal reacción provocó que me quedara inmóvil allá dónde me dejó. Jamás había visto esa expresión en él.

Capítulo 1: Dulce Ira


Recostada sobre el pecho de mi compañero observaba una preciosa puesta de sol que ya no provocaba en mí el mismo efecto que antes. Le miré el rostro. Los colores anaranjados se reflejaban en su tersa y pálida piel, su pelo castaño estaba ligeramente aclarado por la luz y sus ojos centelleaban como un faro en la noche. Éstos se volvieron hacia mí y sus antes rectos labios se torcieron para formar una sonrisa.

-¿Qué ocurre? ¿No te gusta el paisaje?, dijo con su dulce y tierna voz.

-No es eso, contesté en un tono más serio de lo normal. Los rayos de sol aún me dañan los ojos.

Me besó la frente y me volvió a mirar a los ojos.

-Estás muy seria, ¿Algo va mal?

¿Debería decírselo ahora o esperar a que llegáramos a casa? Casa. Quizá no era apropiado llamarlo así. Aquella palabra se había vuelto extraña, no el término en sí, sino su significado. A lo largo de las últimas décadas no habíamos tenido una propiedad fija: vagábamos de un lado a otro sin un rumbo marcado hasta que encontramos una vieja casita en medio del campo. Era tan solo una habitación llena de insectos, telarañas y alguna que otra rata de la cual nos alimentábamos. Estaba casi en ruinas ya que databa de la época en la que todavía era humana. Aquel cobijo nos proporcionaba intimidad, algo, que admito, no nos ofrecía cualquier entorno, pues alejados de la civilización, podíamos ser nosotros mismos, por denominarlo de alguna forma. Al ver la tardanza de mi respuesta su cara tornó preocupada. Hacía tiempo que no veía esa expresión en su rostro. En mi época como humana solía mostrarla a menudo, siempre pendiente de mí, velando por mi seguridad como cualquier eterno adolescente vampiro con su indefensa mortal. Pero ese sentimiento ya no formaba parte de nuestra vida, no desde que me convirtió liberándome de un presente deprimente, un pasado catastrófico y asegurándome un futuro que él denominaba perfecto.

-Tranquilo, no ocurre nada, dije como esperada respuesta y embozando una sonrisa bastante forzada jugando falsamente el rol de tranquilizadora.

Decidí tener esa conversación en un lugar menos espacioso dónde no podría dejarme con la palabra en la boca. Esta charla iba a ser muy importante ya que marcaría mi futuro. Seguramente tendría que marcharme de aquel lugar solitario y tranquilo aunque también sucio y en ruinas.

-No te preocupes, me dijo al oído, en unos pocos años podrás apreciar el crepúsculo. Tus ojos todavía no están acostumbrados a la luz del sol, aún eres muy joven.

Quizá no tuvo que haber empleado la palabra joven, ya que si fuera humana sería una anciana, llena de arrugas y manchas, con el pelo totalmente blanco y más cansada de respirar de lo que lo estoy ahora de la vida. Además hubiera superado la esperanza de vida actual por un par de décadas y seguramente, a parte de ser viuda, ya sería bisabuela. Pero, gracias a Clyde, me libré de ser madre, abuela y lo que fuera. Me libré de un marido al que no querría, de una vida sometida al machismo y de la vejez. Él me dio la vida que una humana siempre desearía, la vida que yo deseaba antaño, sin ataduras al tiempo ni al dinero, tan sólo al hombre al que amaba.

La juventud me hacía recordar mi corta vida como humana durante la cual sellé mi destino enamorándome del mismísimo peligro, de la alegoría de la perfección, del retrato de la muerte. Durante ese ínfimo periodo firmé mi caída a la locura por ese rostro angelical, ese cuerpo tallado en precioso y codiciado mármol y esa aterciopelada voz que era para mí como el canto de las sirenas para los marineros que hipnotizados se ofrecían a la muerte cual ofrenda a sus dioses. Y así fue como, hipnotizada, caí rendida a sus pies accediendo al pacto con el diablo que me haría como él. Pero como el que avisa no es traidor, no puedo juzgarle como tal, ya que sus advertencias fueron insistentes mas no suficientes para convencerme, pues una eternidad a su lado me parecía un paraíso de muy fácil acceso, un acuerdo inequitativo para el otro negociante. Puesta a recordar me vino a la cabeza mi último día como humana. Era un día de luto en la mansión en la que vivía. Los vecinos, conocidos y presuntos familiares iban y venían a su antojo, invadiendo mi propiedad como si les perteneciera, dirigiéndose a mí para darme el pésame y fingiendo que mi padre era un buen hombre y que era importante en sus vidas. Cuando trajeron el ataúd conteniendo el cadáver, según el sargento, mutilado, del único familiar que me quedaba, no brotaron lágrimas de mis ojos pues parecían haberse acabado, pero los invitados actuaron como si de su familia se tratase ya que lloraban desconsoladamente la pérdida de mi padre. Terminado el entierro y la misa, cosa que hizo que el organizador del funesto acontecimiento demostrara su indiferencia por el fallecido ya que mi familia no era partidaria de ninguna religión, subí a mi cuarto junto a mi compañero. Agradecí tener a alguien como Clyde junto a mí porque viendo mi profunda amargura puso fin a mis interminables súplicas concediéndome el don de la inmortalidad. El recuerdo de mi transformación fue confusa: recordaba sentir mis dedos enredados entre su cabello que antaño llevaba recogido en una pequeña coleta castaña mientras él besaba mi cuello y, cuando los afectos cesaron, sentir dos punzadas paralelas penetrando en mi cuello. Recordaba ahogar mi dolor en un sonoro grito que retumbó en cada esquina de la casa y se vio interrumpido por un cansancio que se apoderó de mi cuerpo, dejándome caer en los brazos de mi depredador que ya había retirado los labios de mi cuello. Recordaba que me recostó sobre la cama, se hizo un corte en la mano que cerró en un puño y dejó caer las gotas de sangre en mi boca las cuales no pude evitar tragar. Recordaba el sabor de su sangre, dulce y espesa como si de caramelo se tratara, de la cual sentí necesidad de tomar, pero cuando el suculento manjar cesó, mi mente adormecida y exhausta no me dejó apreciar nada más que oscuridad. Recordaba despertar en un carruaje junto a mi compañero, siguiendo un sendero en medio del bosque ya que se había propuesto enseñarme a cazar animales, de los cuales nos alimentaríamos hasta el fin de nuestros días. Ya era como él. Ya era un vampiro.