Ante mis últimos pensamientos decidí guardar
silencio, ajena a lo que me hicieran. O eso decía ahora. Al ver que no
contestaba, me sacudió como si fuera una muñeca de trapo y a continuación me arrojó contra la pared, provocando un
ruido sordo y un punzante dolor en mi torso. Un grito ahogado salió de mi
garganta al no estar familiarizada con el dolor ni la agonía.
-¿Es
que no piensas hablar?, me gritó.
El corpulento sacó algo luminoso de su
bolsillo y tras toquetearlo se lo puso en la oreja.
-¿A
quién llamas?, preguntó cautamente Simon, algo tembloroso.
-A
Adam, él sabrá manejarla.
-¡Pero
me matará!
-Debiste
haberlo pensado antes de traerla.
-¡Pero
he encontrado el collar! ¿No es eso lo que quería Adam?
-Él
quería ambos… Hola Adam, el inútil que contrataste ha traído a la Bárbara
equivocada, aunque ha encontrado el collar. Hizo una pausa en su monólogo. No
lo sabemos, no quiere hablar… esperaba que lo hicieras tú… De acuerdo, hasta
ahora. Hizo otra pausa mientras guardaba el curioso objeto. Viene de camino.
Aún estaba en el suelo mientras todo esto
ocurría, no había ni levantado la cabeza por falta de fuerzas. El corpulento
desapareció durante unos instantes y a su vuelta trajo con él un asiento que
dispuso enfrente de mi celda. Simon se quedó en la puerta, hablando entre
dientes. Levantó la mirada hacia mí y empezó a gritar:
-¡Me
has condenado, vieja loca!, a continuación corrió hacia mí y comenzó a pegarme,
a darme patadas, a tirarme del pelo mientras me maldecía como lo había hecho
Clyde.
El más corpulento no se movió del sitio,
observando la escena como un espectador aburrido. La ira corría por mis venas y
cuando fue a darme otra patada, le agarré del pie y provoqué que se cayera. Era
la hora de atacar. Por mucha práctica que me faltara sabía que podía acabar con
él en un santiamén. Me abalancé sobre él y busqué su cuello. Su suave cuello
humano, bombeando sangre cada segundo, tan frágil, tan apetecible… Pero no
podía hincarle el diente a causa de su revuelta. No cesaba de moverse,
intentando deshacerse de mí. Pobre ingenuo, creía que podía conmigo. Harta de
esperar a que parara quieto, lancé mis colmillos hacia su carne, ignorando si
fuera su cara, su cuello, su hombro. Cuando mordí su piel, un gemido de dolor
salió de su garganta. Estaba absorbiendo la vida de su hombro. Maldije para mis
adentros que esa parte estuviera llena de huesos. Pero pude empezar a saciar mi
sed. Cuando se fue calmando, desplacé mis dientes hacia su nuez, lentamente. Se
la arranqué de cuajo, como si hubiera sido un sello en una epístola. Eso
provocó que dejara de aullar, de gritar. La sangre, aquel esperado y codiciado
manjar salí como si de una fuente se
tratara. Mi cara, mi ropa, mi cabello, todo quedó rociado de aquella droga. De
repente un recuerdo me asaltó. La sangre se volvió agua, la ligera luz que
salía de la puerta de mi celda era ahora el crepúsculo, y, el aire, se
transformó en una familiar figura, que ahora mismo extrañaba. Clyde apareció ante mí. Pero no era él, sino
un simple y engañoso producto de mi imaginación.